VOCES DE MUJERES

EDITORIAL: ESAS VOCES INEFABLES, MADRES DE TODOS NOSOTROS

Cuando el 5 de febrero de 1967, con sólo 50 años, Violeta Parra se suicidó con un disparo de escopeta, murió la raíz de un árbol que, afortunadamente, y a pesar de la maldad humana, siguió floreciendo y dando frutos. El siglo XX, antes incluso de ser el siglo de la toma de conciencia del proletariado, es el siglo en el que, por primera vez, la voz de las mujeres -víctimas de miles de años de patriarcado ciego y vulgar- se escucha, alta, clara y (por desgracia) desesperada.

Es muy difícil no pronunciar tópicos sobre el tema. No queremos hablar de cuotas rosas, de superioridad, de igualdad salarial, porque se trata de una retórica aquiescente, que considera incontrovertible la situación actual. Hay mujeres que han conseguido llevar su voz a nuestros sueños, a nuestros recuerdos, a nuestra experiencia vital, y Violeta fue la madre de todas ellas. Novena hija de un músico campesino y una costurera, nacida en una remota aldea del altiplano entre Santiago y Concepción, vino de la nada, de un lugar fuera de la encrucijada de la economía y la cultura dominantes, como lo fue para Jesús de Nazaret.

Ella, al igual que las demás mujeres cuyas vidas y obras relatamos, cambió para siempre nuestra forma de ver las cosas. No se trata de músicos de folk o de pop que, por sus singulares proezas, han tenido carreras profesionales en el candelero mundial (como Joni Mitchell, Dalida o Françoise Hardy), sino de artesanos del dolor, que en sus letras, y a través de su canto, han dado testimonio de lo que es una madre: una mujer real, que ha tomado la vida en sus manos, que paga cualquier precio por su libertad y la defensa de sus hijos.

Estas mujeres tienen millones de hijos, repartidos a lo largo de la historia de este último siglo de muerte, de destrucción, pero también de incomparable belleza. Son las conciencias de todos, hombres y mujeres, que han crecido conscientes de su enseñanza, y que se han dormido arrullados por su dulzura, su tenacidad, su inefable fuerza y vitalidad.

Por eso, para describirlos, hemos elegido el cuadro de Violeta, titulado «El árbol de la vida», que describe mejor que mil palabras la maternidad que, con su obra, ha sido capaz de influir en generaciones de seres humanos, y de dar un rayo de esperanza a esta humanidad autodestructiva nuestra.

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