BARRIL DE PÓLVORA RUSIA

EDITORIAL: EL MASTÍN DE OJOS FRÍOS

 

Primero la invasión militar de Ucrania, luego el apoyo a la represión del pueblo bielorruso, y ahora el apoyo al régimen asesino kazajo de Nursultan Nazarbayev. A esto se suma la persecución de cualquier persona de la política rusa que sea crítica con su manejo del poder; los asesinatos políticos; el palacio multimillonario construido con dinero público en Crimea; el apoyo militar a los azeríes contra Nagorno-Karabaj; la deportación de emigrantes asiáticos a la gélida frontera con Polonia; el apoyo a la dictadura kurda contra el pueblo kurdo; los submarinos atómicos que barren las aguas internacionales del mar Ártico para demostrar a todos quién manda entre los hielos polares.

La política internacional de Moscú no deja lugar a dudas: el colapso de la Unión Soviética obligó a la potencia central a aceptar el fin de su esfera de influencia sobre los países del Pacto de Varsovia y a soportar años de grave crisis económica. Ahora, un cuarto de siglo después, el Kremlin intenta reconstituir al menos las fronteras de la URSS tal y como salieron de la Segunda Guerra Mundial, con paciencia y obstinación, paso a paso, procediendo al control de los gobiernos y las economías locales y luego, cuando es posible, a las anexiones, si es necesario, también mediante acciones abiertamente militares.

El ex oficial de inteligencia soviético Vladimir Putin, que lleva el bastón de mando en la Federación Rusa desde 1999, sólo conoce una forma de afrontar los problemas internos e internacionales: mediante la violencia, la intimidación y el chantaje. Es consciente de que las reservas de gas de su país son necesarias para el abastecimiento energético de todo el continente europeo, así como de que, en un mundo dividido entre China y Occidente, Rusia puede desempeñar un papel decisivo.

El dictador ruso cumplirá 70 años en 2022, por lo que aún tiene varios años de poder absoluto por delante, aunque, por el momento, es difícil imaginar quién podría ocupar su lugar en el futuro. Lo que podemos ver es que el mundo, en su afán de poder, se enfrenta constantemente a nuevas crisis. Y, por cada crisis, hay millones de personas secuestradas y miles de inocentes condenados a muerte por su cinismo pragmático.

A esto se suma el hecho de que, en la lucha por la supervivencia ecológica del planeta, a Putin, como al dictador brasileño Jair Bolsonaro, le importan un bledo todas las predicciones catastróficas y las febriles actividades diplomáticas e industriales para frenar el continuo calentamiento del planeta. Putin demuestra que sólo tiene un interés: la afirmación de su poder absoluto en casa y de la «grandeza» rusa en el mundo. No importa a qué precio. En una situación así es importante mantener una visión de conjunto, para que la opinión pública de todo el mundo sepa qué fuerzas están actuando.

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