QUIEN CONTROLA TWITTER PUEDE GOBERNAR EL MUNDO

El multimillonario sudafricano Elon Musk ha comprado, por 44.000 millones de dólares, la red social Twitter, que cuenta con más de 200 millones de suscriptores en todo el mundo. Enseguida explicó que el objetivo de su operación no es ganar dinero, sino influir en el debate democrático, abriendo nuevas vías para Twitter que permitan la libre expresión de todos.

El significado de estas palabras es muy claro: con esta operación, Musk tiene una influencia política comparable, si no mayor, a la del presidente de Estados Unidos, Rusia y otros poderosos repartidos por el planeta que, hasta ahora, habían utilizado Twitter para propagar su visión del mundo, abriendo un debate justo y necesario sobre las llamadas «fake news», o las mentiras que se hacen pasar por verdades en un espacio telemático sin ningún control.

Sobre todo después de ver el efecto de la manipulación política de Rusia apoyando a Donald Trump y a Marine Le Pen, creo que todo el mundo tiene claro lo temible y peligroso de esta arma. En los últimos meses, Facebook y Twitter, en primer lugar, habían tratado de moderar la explosión de estas Fake News interviniendo sobre perfiles ficticios, generados por un ordenador, y que hacen creer al público que una determinada afirmación es apoyada por millones de personas en el mundo, porque ese sistema de inteligencia artificial produce millones de clics en pocos segundos.

Al mismo tiempo, varios estados intentan trabajar en la misma dirección, promulgando leyes restrictivas y creando estructuras de control de la red. Todo esto deja un sabor amargo en la boca. Está claro que a cada uno de nosotros nos gustaría disponer de información correcta, documentada y veraz, pero también es cierto que casi nadie está dispuesto a invertir horas y horas de su tiempo en formarse una opinión crítica.

El debate sobre la libertad de expresión y de pensamiento se convierte así en un debate sobre quién tiene derecho a decidir si la información es una verdad o una mentira. Basta con ver los ejemplos de China, el mundo árabe y Rusia para ver que si un régimen despótico se hace con el control del sistema industrial de un país, también se hace con el control de la elección de las verdades. La ola neonazi que inunda Europa desde hace unos años y que, en Estados Unidos, ha producido el fenómeno Donald Trump, demuestra que el poder de la propaganda del régimen va mucho más allá de las fronteras nacionales -basta ver que dos de cada cinco votantes en Francia votaron a un candidato abiertamente apoyado por Rusia-, enemiga jurada de la Unión Europea, y cuyas recetas económicas y sociales son sin duda la razón por la que muchos franceses, muertos de miedo, han votado a una candidata por la que no sienten ninguna simpatía, pero comparada con Marine Le Pen incluso el Oso Yogui y la parrilla de chapuzas son mejores.

No existe un método democrático para determinar si las noticias son verdaderas o falsas. Desde tiempos inmemoriales, los gobiernos estatales, independientemente del lado de la Guerra Fría en el que se hayan sentado, han callado, manipulado, engañado, mentido. Durante más de un siglo, la prensa libre, el Quinto Poder, ha sido la única forma eficaz de moderar los empujes antidemocráticos de los gobiernos. Ahora ese mundo ha desaparecido, los periódicos se leen cada vez menos y están a merced de las redes sociales. Las leyes contra las Fake News son (todas) leyes para la limitación de la libertad – en una situación de creciente militarización del planeta, de disminución de la importancia de los sistemas electorales democráticos y de los sistemas de negociación sindical, de explosión del analfabetismo en casa, de aniquilación del valor supremo de la vida humana única.

No sé a dónde nos llevará todo esto. Si lee los artículos escritos por el equipo de IBI World, verá que intentamos documentar con un amplio uso de notas a pie de página todas las afirmaciones de nuestros informes, y sin embargo nos vemos obligados a luchar contra las denuncias y flechas de los sistemas de control. En Francia, por ejemplo, el periódico electrónico Mediapart suspendió nuestra cuenta durante un mes por un artículo crítico con el gobierno sueco.

Pero todos nosotros no somos más que una mota en el ojo, en el mejor de los casos. Si Elon Musk convierte Twitter en una plataforma supuestamente democrática cuyo objetivo es establecer qué noticias son verdaderas y cuáles falsas, qué político local tiene razón y cuál no, qué guerra es legítima y cuál ilegítima, nos dirigimos a velocidad de vértigo hacia un mundo distópico que, hasta ahora, sólo habíamos visto en películas de catástrofes y ciencia ficción.

 

Deja una respuesta