EDITORIAL: LA UNIÓN EUROPEA, UN SUEÑO AMENAZADO POR LAS GRANDES DICTADURAS Y EL EGOÍSMO POPULISTA
El 1 de noviembre de hace 28 años, con el Tratado de Maastricht, nació la Unión Europea, un intento de lograr, a largo plazo, un estado federal que uniera a toda Europa Occidental y la parte más occidental de los países del antiguo Pacto de Varsovia. Un intento nacido de la dolorosa lección aprendida de la barbarie de la Segunda Guerra Mundial, que enseñó a todos que los europeos estamos mucho más cerca unos de otros de lo que nuestros gobernantes pretendían.
Se trata de un intento difícil, plagado de obstáculos, porque la larga ola del Congreso de Viena, que en 1815 estableció la noción de que el derecho internacional se basaba en el reconocimiento de los derechos inalienables de los estados nacionales individuales, aún no ha sido absorbida por las arenas de la historia. Es un intento nacido de la perspectiva de una unión aduanera, que ha aportado riqueza, pero que ahora ya no es suficiente, y debe convertirse en una unión fiscal, legislativa y militar.
En la dialéctica política y de lobby de cada país constituyente de la Unión, el elemento más recurrente es el del chantaje: si quieres que la unificación europea avance, debes aceptar tal o cual excepción que garantice ventajas a un partido, a una región, a un grupo industrial. Por un lado, las corporaciones alemanas, francesas, italianas y españolas utilizan todos los métodos, legales o ilegales, para ganar cuotas de mercado, mientras que en los parlamentos nacionales las fuerzas populistas se labran espacios de poder explotando la ignorancia, la superficialidad, el miedo y las supersticiones de una parte importante de la población.
A esto se añade el hecho de que, mientras otras potencias económicas pasadas, presentes y probablemente futuras (Estados Unidos, Rusia, China, India, Brasil, Japón y los países del Golfo Pérsico) comparten una misma lengua, en Europa hay fronteras solidificadas por siglos, lenguas diferentes, recuerdos de disputas que dieron lugar a guerras aterradoras no hace ni un siglo. La Unión Europea, tal y como la soñó Giuseppe Mazzini y luego la diseñó Altiero Spinelli, sigue siendo una utopía, pero también un reto imprescindible. Porque, aunque una gran parte de la población del continente no lo sepa o haga como si no lo supiera, los siglos de eurocentrismo han terminado. No sólo porque la doctrina de la soberanía limitada, practicada durante más de medio siglo por los Estados Unidos y la Unión Soviética, aún no ha sido realmente superada, sino porque la agresividad de la cultura y la economía chinas amenaza con transformar definitivamente a Europa, que dejará de ser una potencia económica e industrial para convertirse en un patio de recreo de chinos, rusos, indios y árabes ricos, amantes de nuestras bellezas naturales, monumentales y gastronómicas, y de nuestra libertad de circulación y de pensamiento.
Somos una zona con una tasa de natalidad negativa, con un sistema de bienestar avanzado, pero que no se puede sostener sin un crecimiento económico continuo (y, por tanto, con ingresos fiscales), que es combatido sin querer por los populistas y por esa parte de la población que aún no ha entendido lo grande que es el peligro de que, en menos de un siglo, Europa se convierta en un país de esperas y restricciones a la libertad, precisamente porque nos veremos desbordados económica y energéticamente.
Hay que resolver el problema del desarrollo científico y tecnológico, la reconversión energética, la absorción de las grandes masas de trabajadores que necesitamos para equilibrar la baja natalidad, la necesidad de implantar las telecomunicaciones, los sistemas de defensa, la sanidad y la justicia. Por ello, en este dossier abordamos estas cuestiones, a nivel nacional y supranacional, movidos por un espíritu europeísta y la convicción de que nuestros logros en materia de libertad y civilización deben defenderse no dejando que los inmigrantes ilegales se ahoguen en el mar, sino creando las condiciones para una mejora de la vida, la sociedad, la economía y la defensa militar. Y anular, si es posible, a las fuerzas políticas que se han vendido por un plato de lentejas y que ahora hablan a lo grande y utilizan a las masas que, hace menos de un siglo, fueron utilizadas para crear las condiciones del nacionalsocialismo y del bolchevismo, y que ahora están de nuevo dispuestas a echarse al fuego por quien diga la mayor mentira.