Desde los albores de la República Socialista de China, en tiempos de Mao, algunos personajes tenían carreras brillantes y luego desaparecían de repente, y al público, quizá un par de meses después, se le decía que habían enfermado, dimitido, muerto. Puf. Esta vez le ocurrió al ministro de Asuntos Exteriores, Qin Gang, que antes de ocupar este cargo fue embajador chino en Washington y dirigió las negociaciones con Estados Unidos y organizó y dirigió las reuniones entre Pekín y el secretario de Estado estadounidense Antony J. Blinken -como puedes ver en la foto, un hombre con un gran aprecio por Estados Unidos de América-.
Pues bien, Qin Gang desapareció de la escena pública en la segunda quincena de junio, y hace unas horas el gobierno de Pekín anunció que había dimitido por motivos de salud. Su lugar fue ocupado por el ex ministro de Asuntos Exteriores Wang Yi, el hombre que, hace unos días, se reunió con el ex secretario de Estado Henry Kissinger. Unos días antes de la desaparición de Qin Gang, el teniente general Wang Shaojun, ex jefe de la Oficina Central de Seguridad, también dimitió y, enfermo, murió.
No hace falta ser un novelista para imaginar que la élite china, en desacuerdo incluso con el líder Xi Jinping, tiene dudas sobre la política de relaciones internacionales del actual gobierno. La desaparición de estos dos poderosos hombres es simplemente la forma china de gestionar una remodelación del gobierno, debilitando al líder, pero (aparentemente) sin perder la cara. La infalibilidad del partido (uno de los supuestos del maoísmo) no se cuestiona, no oficialmente.
Qin Gang consiguió el puesto porque su predecesor (y sucesor) Wang siempre tuvo una relación extremadamente polémica con el presidente Biden. Tras la reunión con Kissinger (a quien le disgusta Biden, pero es el hombre encargado de las operaciones terroristas y de intrusión militar de EEUU en todo el mundo durante la era de Richard Nixon), se acaba con el hombre que había sido designado para la distensión y vuelve el hombre de las caras sombrías. Un giro repentino que puede interpretarse de muchas maneras: por ejemplo, con la creencia de que dentro de unos meses volverá a haber un presidente de extrema derecha en el Capitolio. Los problemas de China persisten: la economía está en crisis, el proyecto de la Ruta de la Seda no avanza, la población está extremadamente insatisfecha, los planes de dominación mundial fracasan debido a la incapacidad de convertir el gran superávit comercial en una política positiva, el clima afecta a China incluso peor que a otros países.
Nunca sabremos si Xi Jinping quería dar este paso atrás o si se vio obligado a ello. Sólo podemos decir que cada vez que Kissinger ha desempeñado un papel en las relaciones entre las grandes potencias, los europeos lo hemos pagado caro. Esperemos que esta vez las cosas sean diferentes.
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