Europa no tiene amigos. Al contrario: como hemos visto en los últimos diez meses, es la vaca gorda que hay que sacrificar en el matadero de una crisis global -ecológica, económica y social- para la que nadie tiene soluciones, salvo la de, precisamente, hacerse con el botín con opciones proteccionistas y, cuando éstas no son suficientes, con tanques.
Europa no tiene amigos porque China y las potencias insurgentes de Asia sólo nos necesitan como consumidores y, al mismo tiempo, ofrecen a nuestras mejores empresas grandes incentivos para que se trasladen o, al menos, compren sus productos en exclusiva. No es necesario mencionar a Rusia. Los países árabes tienen un interés existencial en evitar el fin de la era de los hidrocarburos (aunque hace tiempo que se han organizado para sobrevivir a ella) y se ofrecen como una nueva caja fuerte inexpugnable para el dinero sucio, mucho más allá de lo que ha hecho la pequeña Suiza en el pasado. Hoy en día, en el Centro Financiero Internacional de Dubai o DMCC, se puede comerciar con armas, esclavos, diamantes, drogas y botines robados a plena luz del día: el sistema local protege a cualquiera que traiga dinero, sin importar qué ni cómo. Y Washington, temeroso de perder algunos aliados, se mantiene en silencio.
Sin embargo, muchos europeos siguen creyendo que nuestro último y único amigo es Estados Unidos. Tal vez porque no saben lo que está sucediendo allí. Es un sistema (todavía) bipartidista, que acepta la corrupción y los grupos de presión como enfermedades endémicas de la democracia, y que actualmente se ve desbordado por la ignorancia y el populismo. Un país abrumado por la miseria y el miedo, la violencia y el racismo. Millones de estadounidenses más o menos iletrados (arios) creen en alucinantes conspiraciones satánicas de judíos y showmen, creen en la infección étnica debida a la inmigración, y muchos candidatos, entre los republicanos, hacen campaña con eslóganes belicistas y una ametralladora en la mano.
Los demócratas, por su parte, lanzan una serie de propuestas para la financiación a ultranza de las industrias y los bancos estadounidenses, apoyadas en medidas proteccionistas que nos afectan principalmente a los europeos, ya muy perjudicados por las sanciones impuestas a Rusia, que han creado inflación, estancamiento, escasez de energía y una recesión que hace época. No contentos con esto, los estadounidenses permiten que florezcan centros de poder criminal como los Emiratos Árabes Unidos, y no decimos esto sólo por la protección que Abu Dhabi y Dubai ofrecen a los criminales. Por miedo a China, allí donde los Emiratos extienden su influencia militar (como en el Cuerno de África y Libia) los estadounidenses hacen la vista gorda.
Desde hace meses, en plena crisis energética, Washington y Moscú permiten que el gobierno de Cirenaica (el del general Haftar, un doble agente de los soviéticos y de los estadounidenses, apoyado hoy principalmente por los Emiratos), que controla el 90% del petróleo libio, en lugar de dárnoslo a los europeos, lo venda a través del Golfo Pérsico y de Egipto, mezclado con petróleo ruso, lo que, de este modo, sortea las sanciones. Y no sólo eso. Los estadounidenses aceptan que Goznak, la ceca rusa, imprima (sin control) dinares libios, así como las monedas de varios países en guerra. Hasta hace un año, gracias al sistema SWIFT, las sociedades de compensación de Luxemburgo y el Banco de Pagos Internacionales de Basilea, todo esto estaba, si no controlado, al menos contabilizado. Pero ahora Rusia ha quedado fuera de juego y, gracias a la complacencia de los Emiratos, está lanzando un sistema de compensación propio, que incluye blockchains estatales -la nueva moneda digital que hace que el debate sobre cuánto dinero en efectivo podemos llevar en nuestros bolsillos sea una broma tonta entre los niños de primaria- y en el que participan asiáticos, estadounidenses y africanos. No lo hacemos. No fuimos invitados.
En este momento, en el que deberíamos levantar la cabeza y tener ideas decisivas, los europeos nos dividimos en debates sin sentido, entre partidos sin ideas, mientras la ola negra del chovinismo y el supremacismo cristiano crece y, como hace cien años, amenaza con arrollarlo todo. Lo que significa que, rodeados de enemigos, hemos acogido a uno en nuestra casa. El enemigo que podría darnos el golpe de gracia. Nosotros mismos.
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